Comentario
El estudio regional de Hispanoamérica durante la última centuria colonial plantea infinitos problemas, el más notorio de los cuales es indudablemente el de la relación entre sus marcos socioeconómicos y político-administrativos. El hecho de que la Corona española organizara unas unidades administrativas y de que éstas se conformaran luego, al cabo de unos años, como naciones independientes, salvo raras excepciones, hace pensar que dicha Corona planificaba admirablemente tales regiones o que los gobiernos nacionales no fueron capaces de hallar otras mejores, quizá porque habían engendrado unos vínculos de interacción que resultaba imposible o peligroso destruir. Interpretaciones recientes sobre la historia regional, como la configuración de vastos espacios coloniales en torno a una producción dominante, orientados por el comercio exterior o por los grupos de demografía creciente, no han logrado resolver aún la cuestión, que sigue planteando serias incógnitas. Quizá la respuesta sea tan simple como la señalada por Bolívar a Sucre en su carta del 21 de febrero de 1825, cuando se refirió a la formación del Alto Perú como país: "ni Usted, ni yo, ni el Congreso mismo del Perú, ni de Colombia podemos violar la base del Derecho Público que tenernos reconocido en América. Esta base es la de que los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los antiguos virreinatos, capitanías generales o presidencias, corno la de Chile. El Alto Perú es una dependencia del virreinato de Buenos Aires; dependencia inmediata, como la de Quito de Santa Fe". Con todo, no deja de ser extraña. Mucho más en boca de un hombre que trató precisamente de romper el esquema administrativo colonial, ideando la Gran Colombia, integrando Guayaquil en Colombia y creando Bolivia.
A comienzos del siglo XIX, Hispanoamérica estaba dividida en ocho grandes unidades administrativas (cuatro virreinatos y cuatro capitanías generales), más algunas intendencias caribeñas (Louisiana, Florida y Puerto Rico), vinculadas a la Nueva España pero dotadas de gran autonomía. Una quinta capitanía general era la de Filipinas, unida teóricamente al virreinato mexicano. La explotación económica de que eran objeto tales unidades y su supeditación a los intereses metropolitanos (cesión de Santo Domingo y Louisiana a Francia y posterior venta de la Florida) hacen imposible considerarlas reinos, como antaño, pues para el despotismo tenían la consideración de verdaderas colonias, aunque no, indudablemente, en el sentido posterior decimonónico.
La división administrativa de las colonias sufrió una transformación. Los cuatro virreinatos fueron los dos antiguos del siglo XVI, el de Nueva España y Perú, y los dos nuevos del siglo XVIII, Santa Fe y el Río de la Plata. Las capitanías generales de Guatemala, Cuba, Venezuela, Chile, y Filipinas tuvieron una vida prácticamente independiente de los virreinatos y mucha dificultad para integrar sus zonas regionales, salvo quizá Cuba. Los enfrentamientos subregionales aflorarían junto con la emancipación política. Territorios dependientes del virreinato mexicano fueron otras zonas del Caribe, como las grandes Antillas y el arco septentrional del Golfo de México, donde se operó una progresiva decadencia durante el último medio siglo colonial, a excepción quizá de Puerto Rico. Santo Domingo, Louisiana y Florida marcharon inexorablemente a su ocupación por potencias extranjeras.